Un beso de esos... Primeros capítulos

Mis queridos lectores:

Deseo compartir con vosotros los primeros capítulos de Un beso de esos. ¿Alguna vez habéis podido disfrutar de esa clase de beso? Pensadlo un segundo, haced un recorrido por vuestros besos💗, si no es así es porque todavía no os ha llegado, pero llegar... llegará⏰.
Besos románticos💋 de López de Val:




"Un beso de esos"






Acercamiento


“Un beso legal nunca vale tanto 

como un beso robado”.

Guy de Maupassant.


¿Alguna vez te han dado un beso de esos?

¿Un beso que te deje sin aliento?

¿Uno que cause que tu corazón se salte no sólo un latido sino dos o tres?

Eso fue exactamente lo que le pasó a Trudy sin esperarlo en mitad de la calle y por parte de un desconocido. Fue tal lo que sintió, que se quedó parada mirando embobada su ancha espalda mientras aquel anónimo se marchaba, bebiendo de aquel aire desenfadado entretanto se reía con un par de amigos de la ocurrencia que había tenido o a saber qué.

Al principio no pudo verle bien la cara, puesto que fue un asalto en toda regla. A ella. A esa mosquita muerta que esperaba a que cambiara de color el semáforo, después de haber pasado un día de perros en la empresa de transporte marítimo donde ejercía un “maravilloso” puesto de becaria. Becaria o limpia mierdas, porque se sentía un trapo viejo, e incluso pensaba que si pudieran la despedirían. Sabía que eso no pasaría debido a los lazos sanguíneos que la unían a uno de los directivos, aunque en la oficina eso no se supiera. Ahora bien, las peticiones de cafés constantes, el chica ven aquí y limpia mi escritorio y el mandarle a hacer infinitas fotocopias, le impedían el poder desarrollar todo lo aprendido en la universidad, donde sus calificaciones habían sido extraordinarias, pero no así las amistades ni las noches de juergas casi inexistentes.

¿De verdad era tan mosquita muerta?

Lo peor de todo era que se daba cuenta de ello; no obstante, era incapaz de remediarlo. Su carácter tímido se lo impedía, al igual que le impedía plantar cara a todos esos que se aprovechaban de ella y de su imposibilidad a decir NO. Si hacía memoria no era capaz de recordar algunas caras de la oficina, puesto que siempre iba con la cabeza gacha deseando que llegara un ciclón y se la llevara para siempre. ¡Qué depresión! Tanto era así, que varias veces al día pensaba que si se moría nadie la echaría de menos, o puede que quizá sí, un par de colegas que compartían puesto en otros departamentos y a los cuales veía a la hora del desayuno, tiempo durante el cual les dejaba hablar sin parar entre ellos, añadiendo un “ajá” y un “mmm” de vez en cuando, y no porque no les cayera bien, qué va, todo lo contrario, los consideraba muy buenas personas, pero como siempre su timidez podía con ella costando bastante entrar en su mundo. Además, temía que si se abría demasiado pudieran descubrir su secreto y así hacer temblar su apacible anonimato y eso de ninguna de las maneras podía ocurrir.

Pero aquello, aquello que le había pasado era algo tan nuevo, increíble y ardiente que no era capaz de reponerse.

Habían pasado dos días desde el asalto y ahí estaba ella, echada sobre su cama sin hacer nada, mirando al techo, sus manos cruzadas sobre la barriga, su pelo pelirrojo simulando la lava que avanza a paso cauto pero devorándolo todo, desordenado alrededor y una cara de placer que no podía con ella al recordar aquel beso. Rememoró cómo cuando ocurrió se quedó estática y cómo en un principio tan solo pudo ver la cara de uno de los chicos que acompañaban a ese que le robó el beso más maravilloso de toda su vida. No es que hubiera tenido muchos pero alguno que otro había caído, sobre todo con Ralph, un amigo de la pubertad americano que viajaba todos los veranos a España y durante cuya visita se dedicaban a enrollarse en el garaje de su padre luchando porque el corrector de dientes no se les enredara.

Y justo cuando llegaba al final del recuerdo de lo acontecido con aquel extraño, se recreó en la imagen del ladrón que le robó no sólo “ese beso” sino también su infantil corazón tímido. Ensimismada y puede que un poco novelera, recordó que un segundo antes de que aquel profesional en el amor girara la esquina, pudo apreciar cómo la miró un instante y sintió la forma en que  bebió de ella y de sus labios en la distancia, haciéndole fantasear con que no sólo ella se había quedado impactada por lo que con esa breve incursión en su boca había provocado. 

Y es que aunque se pueda pensar que no interactuó fue todo lo contrario, por increíble que parezca Trudy le correspondió fogosa, aunque no movió ningún otro músculo que no fuera su lengua y el leve palpitar de su centro en llamas despierto a la milésima de segundo (cosa irremediable), puesto que agarraba con fuerza el maletín de cuero contra su pecho haciendo crujir la piel por la fricción de sus dedos, aquel maletín que estaba prácticamente vacío, aquel en el que rodaba la manzana que nunca se comía, al contrario de la que en ese instante (como ya hiciera Eva en el Edén) devoraba como si no hubiera un mañana, aunque de manera sensual y hermosa.

Sí, le correspondió. Al primer contacto. En el primer segundo su boca le permitió el paso, así como si hubiera estado toda la vida esperando por ella. Por esa masculina boca de labios carnosos y un infierno dentro lleno de promesas en donde no cabía la paz, sino el tormento del maravilloso sexo puro y duro. Justo lo que le hacía falta a Trudy para espabilar. Abrió su boca y dejó que su lengua danzara, se enrollara y estallara salivando por aquel gusto a hombre, con los ojos cerrados y entregándolo todo en aquel beso…

Un mohín de enfado se instaló en su cara al terminar la evocación y una pregunta de esperanza se adueñó de su alma, ¿sería verdad aquello que percibió por parte de ese bandolero?…


* * *


Los chicos creyeron que Julio no sería capaz de llevar a cabo la apuesta. 

¿Es que después de tantos años aún no lo conocían? 

O puede que más bien al saber cómo era lo hicieran para divertirse al entender a ciencia cierta que era capaz de eso y mucho más.

La apuesta era sencilla, si se atrevía a besar a cualquier desconocida en la calle le regalarían esa moto que andaba pensando en comprar como autorregalo. Sí, ya, es obvio que no todo el mundo puede llegar a entender esos jueguecitos y el poco valor que le daban a las cosas, pero siendo unos chicos acostumbrados a una vida más que acomodada gracias a la cartera de papá, pues eso…

Sin embargo, Julio, aun habiéndose criado rodeado de lujo, consideraba que debía luchar por mantener su estatus y porque sus arcas no se vieran afectadas o reducidas por la crisis que asolaba el país. Por ello, ocupaba uno de los cargos más altos en la empresa de transporte marítimo que llevaba por nombre TransPacific y ese día aunque debería estar acudiendo a reuniones y arreglando ese problema que tenía en el canal de Suez y su normativa marítima, se había visto embaucado por sus amigos a tomar el día libre y celebrar su treinta aniversario de cumpleaños, uno que comenzaba de lo más ajetreado.

Tan solo había un requisito en la apuesta, o puede que dos, que la chica fuera de esas que aparentaban querer desaparecer y que, además, no fuera muy agraciada, siendo ellos quienes la eligieran sin poder negarse de ningún modo…

La cosa no iba a ser tan sencilla como en un principio le había parecido, y es que besar a una mosquita muerta iba a requerir de un gran esfuerzo, acostumbrado a mujeres de carácter y bellas como modelos sacadas de revista, aunque incluso ellas mismas ocupaban su cama cuando lo deseaba; no obstante, el premio y el poder ver cómo sus amigos tendrían que rascar sus bolsillos merecía el esfuerzo.

De esa manera, echó un vistazo alrededor buscando a la que podría ser su víctima mientras seguía andando hacia una dirección desconocida, puesto que sus amigos al parecer habían organizado alguna que otra sorpresa y conociéndolos sabía que tendría que ver con alcohol y sexo, dando por sentado que de almuerzo nada de nada, al menos no el almuerzo en sí tal como es entendido por cualquier persona, puesto que ellos bien podían pasar sin comida teniendo la boca llena por manjares carnales que no engordan y la bragueta ocupada…

Llegaron a un semáforo y se entretuvieron charlando de esto y aquello, conversaciones sin sustancia, carentes de responsabilidades, perfectas para un día como ese. Y justo en el momento en que la luz naranja comenzó a parpadear, Víctor le dio un codazo y le hizo un gesto con la cabeza señalándole el lugar donde se encontraba la chica con la que tendría que saldar su apuesta.

Julio se quedó mirándola una franja de segundo, tiempo en el cual tan solo pudo distinguir un pelo rojo como el fuego y unas gafas enormes de pasta negras, puesto que Víctor se apresuró a empujarlo sobre la víctima en cuestión sin tener más remedio que buscar a la ligera los labios de esta para poder largarse cuanto antes y gozar del viento que la nueva moto, que casi tenía en sus manos, le provocaría por la velocidad.

Avasalló la boca de la chica; y cuál fue su sorpresa al comprobar que esta le correspondía y hacía mover unos labios que descubrió carnosos y frescos, suaves y ardientes, apasionados y lujuriosos,  y así, sorprendentemente, consiguió que una leve erección hiciera acto de presencia.

Jamás había probado un beso de esos. 

Sí, como buen amante había besado y, mucho no, la verdad es que muchísimo, a bastantes más mujeres de las que cualquier hombre se pudiera imaginar, no en vano llegó el momento en que tuvo que tirar su antiguo móvil y comprar uno nuevo con una memoria mucho más amplia… Pero, aquel beso… Aquel, estaba siendo realmente especial. 

De manera súbita se apartó de la chica, pues esa nueva sensación le provocó por un instante un pánico desconocido para él y, de esa manera, con una sonrisa nerviosa siguió su camino ocultando su estado bajo una desfachatez más propia de su yo normal, riéndose de lo ocurrido con sus amigos pero, sin poder evitar que su corazón palpitara desbocado por esa damisela que le correspondió… o puede que por ese beso. Un beso de esos capaz de dejarle con la boca seca, buscando de nuevo el manantial de agua pura que había descubierto y que nunca antes había probado.

No obstante, no pudo evitar volver la vista hacia su víctima para comprobar que debido a la distancia parecía tener una apariencia poco agraciada, pero que sin embargo a él, por alguna causa difícil de comprender, le parecía bella a rabiar y al mirar un poco más profundo creyó intuir que lo que se escondía tras una apariencia sosa podría convertirse en un banquete de un dulce empalagoso y exquisito, ya que sus labios se lo descubrieron y su cuerpo de ninfa, más sus rasgos diabólicamente sexis se lo ratificaron. 

Una parte de él, mucha a decir verdad, quiso dar la vuelta, olvidarse de sus amigos y la moto y disculparse con ella, para con suerte, al creer firmemente en sus dotes de Casanova, lograr su número de teléfono y una invitación de disculpa para el almuerzo o la cena, donde el postre seguro sería ella. 

¡Oh! Cuánto le gustaría despojarla de esas gafas de pasta negra y descubrir el color de sus ojos y el deseo que esperaba despertar en ella, como así había creído que ocurrió, porque por increíble que le pareciera ella le correspondió y se entregó sin reparo a sus labios… Sin embargo, otra parte aún poderosa le dijo que no quería mostrar el efecto que esta había provocado en él, algo verdaderamente increíble y nuevo, ya que sería el hazmerreír de sus amigos para el resto de sus días, pues no podía olvidar que se supone que estos eligieron a una mosquita muerta no muy agraciada, además de que si esto ocurría podría echar por tierra su trayectoria de rompecorazones sin escrúpulos que se pasa el día apartando a las chicas, siendo casi innecesario trabajar sus dotes amatorias, cosa que a veces le aburría en demasía. Sin embargo, qué sorpresa se llevó al beber de ella y al descubrir su ser. Una que no sería capaz de olvidar tan fácilmente, aunque esto aún no lo sabía. Por lo que dando por terminada su breve travesura de cumpleañero, volvió su cara hacia delante teniendo que ahogar un gruñido por el esfuerzo que esto le causaba y seguir así el día de festejo, guardando para sí el maravilloso resquemor que la piel de su rostro había dejado en las palmas de sus manos y las yemas de sus dedos al atraparlo para besarla.

 




Recuerdo


“El ruido de un beso no es tan retumbante 

como el de un cañón, pero su eco 

dura mucho más”.

Oliver Wendell Holmes.


Desde el instante en que le ocurrió aquel asalto en mitad de la calle, Trudy iba de mejor talante al trabajo, porque al menos, se decía, tenía algo en lo que abstraerse mientras repartía el correo, esperaba a hacer el millón de fotocopias diarias y los cafés interminables que sus no más de veinte compañeros le pedían sin cesar. ¡Por dios, qué manera de beber café, ni que tuvieran el trabajo más estresante del mundo! 

Al menos, se repetía una y otra vez para convencerse a sí misma, estaba en una oficina pequeña de la primera planta del edificio de TransPacific donde el ajetreo le hacía pasar desapercibida al resto de empleados… unos tropecientos mil más o menos que estaban distribuidos entre las dieciséis plantas del edificio, donde la pirámide jerárquica se repartía de menor a mayor hasta llegar a la última, lugar donde se encontraban los directivos de la empresa, pisado por unos pocos agraciados y muy bien pagados. 

La cuestión es que Trudy podría trabajar en la más alta esfera si quisiera, puesto que era hija de uno de los directivos de más rango, pero su obstinación por conseguirlo todo por sí misma le llevó a convencer a su padre para no utilizar su apellido sino el de soltera de su madre fallecida cuando era niña, y así poder demostrar que podía subir niveles por sí sola, tan solo con su más que notoria inteligencia. Pero era obvio que no le estaba saliendo como quería e incluso estaba llegando a pensar que su puesto de becaria sería para siempre, porque su extrema timidez le impedía destacar y animarse a hablar con el encargado de la oficina para demostrar que ella valía para algo más que saber quién quería sacarina o azúcar en el café.

No obstante, había veces en las que se sentía valiente, sobre todo cuando durante el desayuno Héctor y Patricia (sus compañeros becarios) la animaban a serlo ya que, a pesar de que no la conocían todo lo que deseaban, se daban cuenta de su valía.  

—Vamos Trudy, no tienes porqué aguantar este trato —señaló Patricia tras ser testigo de cómo don Federico, el encargado, la mandaba callar, tras pillarla hablando con ellos en la cocina sobre una posible solución a un problema que mantenía a la empresa en vilo—. Hablas poco, pero lo que dices siempre es un acierto. 

—Opino lo mismo. Es obvio que sabes del manejo de empresas, aunque nunca hayas llevado ninguna, y que tu conocimiento de TransPacific supera mucho el de cualquier encargaducho que se pasa el día peleando por teléfono —dijo Héctor echando una ojeada asqueada a la puerta por donde había salido el empresario—. No sé chica, pero eres un tesoro desperdiciado.

—Fufff…

—¿Fufff? ¿Qué quieres decir con fufff? Así nunca llegarás a nada.

—Debes de espabilar. Coger el toro por los cuernos, ya sabes…

—Pero es que… —esta era una de esas situaciones en las que Trudy se sentía atrapada; una de esas en las que quería salir corriendo sin mirar atrás.

—¿Es que qué? —inquirió Héctor apuntándola con un sobre de azúcar.

—Ya sabéis que el encargado no parece tenerme mucho aprecio —dijo la becaria a media voz—. Ir a reclamar algo sería una pérdida de tiempo y dignidad.

—¿Dignidad? —en la mirada de Héctor se cernía la tormenta— La dignidad déjasela a los ricos, los pobres a veces tenemos que arrastrarnos un poco, suplicar y esas cosas… Pero en tu caso hay una razón de ser y, chica, la verdad es que tienes algo especial que te vincula a esta empresa, se nota que amas lo que haces —Trudy no pudo evitar pensar qué tanto la vinculaba a la empresa sin que ellos lo supieran.

—Ya te digo. Hoy por ejemplo me has dejado muerta cuando has comentado lo que harías tú para mejorar las relaciones con el canal de Suez y su normativa —añadió Patricia entusiasmada, alentando a la poca valentía de Trudy—. A mí jamás se me habría ocurrido algo tan loco y lógico a la vez. Hablas poco Trudy, pero cuando lo haces hija, hay que quitarse el sombrero.

De ese modo, en un arranque de locura se dirigía hacia la oficina de su encargado y con la mano puesta en el pomo de la puerta se veía girándolo y exigiendo que la pusieran a prueba, pese a ello todo se quedaba en una ensoñación, porque al igual que apoyaba la mano la retiraba y se iba pasillo abajo apretando contra su pecho un montón de documentos, con la mirada clavada en el suelo en busca de su mejor amiga, la fotocopiadora; incluso alguna vez,  de esas que se sentía una súper woman, algún que otro compañero la había sorprendido frente a la puerta y tras preguntar qué quería se había puesto a sacar brillo al pomo con el puño de sus mangas, diciendo que lo estaba limpiando y poco más, llevando al consiguiente bochorno que esta acción le causaba. 

Y así le lucía el pelo siendo la rarita de la oficina, ya solo le faltaba el acné juvenil y la sudoración excesiva más la grasa en el pelo, por suerte ninguna de estas cosas poseía.

Otras, en cambio, se veía a ella misma tirando el café y las hojas interminables de los documentos al aire y confesando que era hija de uno de los directivos más ricos de la empresa y que ya estaba harta de tanto abuso, yendo ascensor arriba a esconderse en los brazos de papá, buscando una venganza para todos los que le habían hecho pupa a la nena.

Pero no, eso no podía ser, debía luchar por lo que quería y lo que ansiaba con toda su alma, que era trabajar en aquello que le gustaba y demostrar a su madrastra que no era una niña mimada, tal y como siempre le había hecho creer. Y es que a veces se sentía como Cenicienta. Aunque, para ser sinceros, ella no ansiaba acudir a las fiestas a las que tanto deseaba su padre que atendiera ya le pusieran delante una calabaza, una carroza o la más exuberante limusina; es más, desde su niñez jamás había vuelto a asistir a una, por ello le fue más fácil tomar el apellido de su madre y entrar en la empresa desde el puesto más bajo sin ser reconocida por nadie. Tanto era así, que le tenía advertido a su progenitor que nunca la llamara ni la buscara a no ser que fuera para algo realmente importante. Por suerte, su padre era paciente con ella, y le había concedido el capricho; no sin luchar, claro está. Pero al final, aunque su hija era tímida también, como se ha revelado anteriormente, era obstinada y siempre conseguía lo que se proponía, por ello estaba seguro de que si ella había decidido subir peldaños desde las alcantarillas asimismo lo conseguiría y, además, con matrícula de honor.

¡Pobre niña rica con ínfulas de humilde y ansiosa de reconocimiento! 

En consecuencia, pasaron los días soñando con aquel sinvergüenza que le robó el mejor beso de su vida. Un beso que le llevaba a fantasear entre las sábanas del piso que su padre le regaló para que se independizara, tal y como ella había querido. 

A pesar de su timidez no tenía reparos en pasar buenos ratos con ella misma, también porque no le quedaba otro remedio, puesto que al igual que la gente de la oficina, al parecer el sexo masculino no reparaba en ella, ni en su sensualidad y feminidad, oculta bajo ropa de estudiante, consistentes en faldas de cuadros de colores indefinibles y blusas de marca ocultas bajo rebecas de lana de un ancho interminable; y su rostro, ese que heredó de su madre, lo llevaba limpio de maquillaje y custodiado por unas gafas enormes de pasta negra consiguiendo que ni ella misma se reconociera frente al espejo, todo esto enmarcado por una preciosa melena roja que siempre llevaba recogida en una cola baja que apoyaba a un lado de sus hombros. En fin, que aun siendo bella se escondía, pues su madrastra se había encargado de matar el ego que un día tuvo, aquel que se tambaleó cuando su madre falleció, y aunque su padre luchó por darle todo y hacerle creer una princesa nunca supo de las triquiñuelas que su nueva esposa se traía entre manos, envenenando palabras bonitas con frases donde la relegaba a casi limpiar el hollín de la chimenea, poco le faltó, la verdad. 

Por ello, al no querer que su padre sufriera por su culpa decidió en su mayoría de edad independizarse y dejar que su madrastra hiciera feliz a su progenitor, aunque sabía que todo se debía a la fortuna que amasaba la familia y que llegados a este punto, obviamente, su declarado amor era falso.

Aun así, aunque su autoestima estaba muy tocada, su deseo sexual estaba ahí y el recordar aquellos labios devorando su boca le llevaban a tocarse noche tras noche, llenando su casa de tímidos jadeos, trayendo consigo algo nuevo a su invariable y aburrida vida. 

No tenía reparo, después de sentir el azote del recuerdo como un calambre haciendo que su clítoris temblara por una milésima de segundo, en dejar que sus manos tomaran vida propia y que de manera segura bajaran el pantalón del pijama para tener más libertad a la hora de llegar a esos recovecos que tanto deseaba que pudieran tocar aquellas manos que dejaron huella en su mentón ante un semáforo, que sonrojado, al ser testigo de ese robo, pasó a ser ámbar. Cada noche se permitía el lujo de dejar que sus labios se humedecieran creyendo que era el tacto masculino el que la hacía gozar, provocando que su centro doblegara su tamaño haciéndolo girar mientras su otra mano se debatía entre pellizcarse los pezones o buscar el calor de aquel hueco casi inmaculado, porque obviamente no era virgen, razón por la cual introducía sin reparo no un dedo sino hasta tres y a veces cuatro. Se imaginaba cabalgando sobre ese bandido de mirada penetrante como aquellas mujeres que había visto en alguna que otra película, gozando de la visión de su pecho varonil y del mástil que hacía peligrar su integridad retraída, volviéndola descarada, surgiendo una mujer amante del sexo y practicante acérrima, soltando a cada requiebro un “Fóllame, cariño” acompañado de un “Como mandes, muñeca”. Cada noche se dejaba llevar hasta alcanzar el orgasmo; un orgasmo que la dejaba desvalijada sobre su cama con los pantalones bajados y la camisa abierta, mostrando su perfecto cuerpo empañado por las gotas de sudor que el recuerdo de un desconocido era capaz de provocar, mientras su vagina no cesaba de convulsionar debido al estallido provocado.

Todo esto hizo que un día, harta de autocomplacerse y de escuchar, o más bien esquivar, el interrogatorio constante por parte de Héctor y Patricia preguntando por la novedad de sus ojos mimosos y soñadores, se preguntara qué haría si lo tuviera delante. ¿Le pediría explicaciones o de perdidos al río y se tomaría ella la libertad de ser quien lo asaltara donde fuera, delante de quien fuera y como fuera?

No obstante, esto era completamente imposible porque no sabía quién era, ni siquiera si vivía en la ciudad, sin embargo, algo le decía que había visto un rostro parecido en algún lado, pero, aunque trataba por todos los medios de hacer memoria, nada venía a su mente que corroborara su casi afirmación. Por lo que se tendría que conformar con el recuerdo de aquel beso... Al menos eso creía ella... 

De ese modo, se quedó como al principio. Con un recuerdo y poco más.


* * *


Para Julio la cosa no iba mucho mejor. Claro, no de la misma manera, él podía liberar su deseo con la mujer en la que pusiera el punto de mira, sin embargo, era incapaz de olvidar aquel momento, llegando a cuestionarse si la propietaria de aquellos labios lo habría hechizado. Y mira que lo intentaba, cada noche desde que aquello pasó no se iba de la oficina sin haberse asegurado una cena con final feliz, ya fuera simple o doble… la verdad era que Julio en cuestión de sexo no tenía demasiados escrúpulos. Hacía tiempo que estos los había dejado a un lado y se había propuesto disfrutar de la vida, al menos hasta que llegara la persona que hiciera temblar su mundo y por cosas que escapaban a su entendimiento ya había empezado a pensar si acaso sería la chica de pelo rojo con gafas de pasta negra.

Los días pasaban y en ellos los mismos problemas con diferente nombre se sucedían al igual que siempre, no había nada con lo que divertirse, excepto la moto que consiguió por ganar aquella maldita apuesta de adolescentes. Esa que le estaba volviendo loco.

Incluso su carácter, antes desenfadado, se vio afectado, lo que conllevó al consiguiente interrogatorio por parte de sus amigos, el cual se produjo en la sauna rusa del edificio donde vivía, después de un desafiante al igual que desestresante partido de pádel.

—Julio, ¿va todo bien?

—Sí, claro. ¿Por qué?

—Este y yo te vemos raro. Y nos preguntábamos si te había pasado algo.

—¿A mí? Nada —siguió con los ojos cerrados para evitar que leyeran la duda en ellos, pues no podía olvidar que eran amigos desde la niñez y sabían leer muy bien sus gestos—. ¿Qué me tiene que pasar?

—No sé, pero estás como ido. Desde el día de tu cumpleaños no eres el mismo. Que sí, lo pasamos bien, pero tú estabas un poco … no sé… distraído.

—Qué va, Víctor. Todo está igual —intentó restar importancia pasándose una mano por el pelo para apartar aquellos mechones sudados que estaban pegados a su frente.

—Venga ya, Julito —esa vez fue el otro chico quien le dio un pequeño empujón a modo de tratar que Julio se relajara haciendo que este corrigiera su postura y tuviera que recolocar la toalla que tapaba sus partes más queridas, porque por mucho que se empeñara era bastante difícil engañar a sus colegas—. Que te conocemos demasiado bien. ¿Has tenido otra vez problemas con tu ex? ¿Te ha llamado para exigir más dinero o qué?

—Nada de eso, Asier. La muy zorra está encantada con todo lo que consiguió. Sé de buena tinta que se lo está gastando como mejor sabe... puteando por ahí, mientras deja a mi hijo con la tata... En fin, dejemos ese tema a un lado si no queréis amargarme el día.

No obstante, fue incapaz de evitar recordar todo lo que había sufrido por culpa de su exmujer. Una, que fingiendo estar enamorada se quedó embarazada obligándolo a contraer matrimonio para tapar la vergüenza que eso conllevaba antes de las nupcias, ni que vivieran en la época de Tutankamón, pero Julio, a pesar de lo que ahora era, en su día y por su educación claudicó y la convirtió en su esposa creyéndose “algo” enamorado y considerándola una señora de los pies a la cabeza; sin embargo, todo se basaba en la mentira y debajo de la piel de cordero se escondía una zorra en todos los sentidos que esta palabra pueda dar de sí. Por lo que pasado el tiempo descubrió los affaires que esta tenía tanto con el peluquero como con el cartero y todos aquellos que tienen un oficio terminado en -ero, llevando a acabar su historia. Pero esto no se quedaba ahí, porque tras las lágrimas y la utilización de su hijo sacó una buena tajada monetaria, así como la manutención del pequeño, que no era moco de pavo, cosa que no le pesaba; sin embargo, el descaro y el robo de ella sí que le dolían,  y ni que decir tiene el hecho de que se estaba tragando su propia bilis cada vez que pasaba un fin de semana sin verlo, debido a que le cedió la custodia a ella con tal de no hacérselo pasar mal a su hijo, por lo que intentaba por todos los medios esquivar ese tema, aunque no pudiera evitar que a sus oídos llegara información nueva casi a diario, por parte de lenguas envenenadas a la cuales les gustaba el sufrimiento ajeno.

—Vale, como prefieras. Pero si no se trata de ella, ¿entonces qué te pasa? —Víctor se levantó a echar agua sobre las ascuas para volver a avivar el vapor.

—Te repito que nada. Por favor, no me deis la brasa y vamos a relajarnos un rato.

—Está bien… —quedaron en silencio un momento— Aunque pensándolo bien quizá fue por aquella morenita con la que tuviste una cita a ciegas la otra noche…

—Pero vamos a ver —Julio abrió un ojo para mirarlo fijamente—. ¿Quién eres tú, mi novia? 

—No tío, pero algo hay —dijo este encogiéndose de hombros.

—Que nooooo… 

—Entonces fue por Lucía… —comentó Asier desenfadado mientras se limpiaba el sudor de la frente con una diminuta toalla  blanca de tocador.

—¿Qué Lucía?

Los tres hombres se encontraban en una postura relajada, sentados en el banco de madera con la cabeza apoyada en el otro que estaba en la segunda fila. Los tres con los ojos cerrados, casi sin moverse por mucho que les divirtiera o enfadara la conversación… ¡Hombres!

—Sí hombre. Lucía. La chica que trabaja en mi empresa —prosiguió Asier.

—Ni idea…

—Joder. Esa rubia de pelo corto.

—No.

—Sí, la rubia de culo respingón —aclaró Víctor—. Que sí. Aquella a la que le va la marcha…

—No caigo.

—Joder, Julio —maldijo Asier aun con la postura relajada—. Aquella a la que le molan los tríos. Esa que te propuso ir a un sitio de swingers.

—Ah vale. Ahora sí. Lucía… —susurró— qué elemento. Ja —rió una sola vez.

—¿Qué elemento ja? —repitió  Víctor— ¿Pero tú te escuchas?

—Sí, qué pasa.

—Nada hombre. Al parecer nada —concluyó.

—¿Entonces Julio, te fuiste al club de intercambio o no? —Sin embargo Asier estaba ansioso por saber en qué acabó todo, aquello era algo que ya se le había olvidado pero ahora que había salido el tema su morbosidad se apoderó de él.

—¿Cómo pensáis que os voy a contar algo así?

—Hombre, porque algo así es una cosa que se debe compartir.

—Debe no, TIENE —puntualizó Víctor divertido—. Es una obligación con los amigos compartir ese tipo de cosas.

—Anda ya —volvió a ponerse bien la toalla—. Vosotros estáis fatal.

—¿Fatal? Ja, digo yo ahora. Venga, ¿a cuál fuiste?

—¿Te lo hiciste con la amiguita?

—Está bien. Como veo que hasta que no os lo cuente no me vais a dejar en paz, os lo diré…

De esa manera, Julio consiguió quitarse la conversación de encima, al menos eso pensaba, porque Víctor y Asier no se quedaron para nada convencidos; no obstante, la aventura de Julio consiguió distraerlos. Luego y después de pasar veinte minutos en completo silencio, tan solo interrumpido por el agua que echaban a las brasas para avivar el vapor que los rodeaba, salieron, una vez duchados y acicalados, hacia el parking donde aparcadas en forma de salón de belleza se encontraban sus corceles de pies de goma. 

Ya tenían pensado pasar el fin de semana en alta mar. Después de asegurarse de que haría un tiempo espléndido, llamaron a tres “fulanitas”, como ellos definían, para que les entretuvieran en su travesía en el velero de Asier y así olvidarse de su trabajo tan “estresante”, eso, por parte de Víctor y el susodicho, porque Julio lo que ansiaba era olvidar a aquella chica de porte tímido y labios valientes.

El fin de semana fue todo un acierto, los chicos lo pasaron genial y a Julio por algunas horas se le olvidó su víctima, aunque no el resquemor que le produjo en sus manos, achacando a este hecho el que se debiera a la aspereza de las cuerdas de las velas luchando contra la brisa marina. 

Bebieron, comieron, tuvieron sexo y rieron por las chorradas que las chicas decían. No podían evitar ser como eran y en este sentido eran unos bribones, cosa que ocultaban con piropos y detalles tontos hacia ellas.

Llegó un lunes nuevo y con este buenas nuevas, la adquisición de una empresa de mediana categoría que les abría paso al mercado americano y con este ya habían completado la conquista del mundo, siendo una de las empresas de referencia en el comercio marítimo. Así, tras la firma que se ejecutó un par de semanas después y con la cual se completó el acuerdo, decidieron festejar el evento haciendo una fiesta en uno de los salones de juntas más grandes del edificio TransPacific, donde estaban invitados todos y cada uno de los empleados del inmueble, incluso cierta becaria de carácter tímido...


©López de Val

©Un beso de esos, López de Val


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