Doble o nada... Primeros capítulos
"Doble o nada" |
Prefacio
Uno de los riesgos al elegir una doble vida es que
el amor en su pulso con el deseo acaricie dos veces tu pecho,
desembocando en una lucha interior por revelar cuál es cuál…
1. Candela
—Señorita, ¿está ya listo ese café?
—En seguida se lo llevo —dije mientras me acercaba a la barra y hacía un breve repaso a lo que era mi vida en aquel momento.
Estaba estudiando derecho y para poder pagarme la carrera y vivir, trabajaba en una cafetería sirviendo las meriendas. Esto me dejaba las noches libres para estudiar. Los momentos de ocio eran más bien pocos, solo tenía tiempo para mí las noches que libraba, y, normalmente, las pasaba descansando; aunque, de tarde en tarde salía con mi amigo Benja a tomar algo y así poder evadirme de mi intensa vida.
Benja era mi mejor amigo. Lo conocí aquí, en Barcelona; después de tirarle la bandeja de cafés encima nos hicimos grandes amigos y aparte de compartir el gusto por los hombres, la música y las ganas de fiesta no nos unía mucho más, pero ahí radicaba la gracia y el por qué nos llevábamos tan bien, él me complementaba y por suerte siempre estaba ahí cuando lo necesitaba.
Una noche en la que quedamos para tomar unas copas, fuimos a un club de ambiente que él había descubierto hacía poco y que lo tenía como loco, deseoso de enseñarme sus entresijos. El nombre del lugar era “Séptimo Cielo». Me encantaba salir a sitios así, donde al menos, a mi parecer, la música era realmente buena, y a pesar de que las chicas se me tiraban encima me lo pasaba genial, y, ¿por qué no decirlo?, tampoco venía nada mal la adulación, aunque viniera dada por parte del sexo femenino, estaba bien eso de sentir que gustas y eres atractiva después de estar todo el día hecha una piltrafa, escondida detrás de un mostrador o de un delantal que al principio de faena era negro, pero que al final increíblemente cambiaba de color. Curioso ¿verdad?
—¿Qué quieres tomar? —me preguntó Benja.
—Un vodka naranja, pero recuerda... —no me dio tiempo a contestar.
—Sí, sí, sí… Con una rodaja de piel de naranja, a cualquiera se le olvida, chica —puso los ojos en blanco—. Después de tanto tiempo no sé ni por qué te pregunto, eres de piñón fijo. Deberías probar cosas nuevas —y dándome un fugaz beso en los labios se fue a por las copas y, como no podía ser de otra manera, el poder de seducción de mi amigo hizo que estuviera de vuelta en un santiamén.
—Toma, cielo, tu vodkita y la rodajita de naranja, no vaya a ser que te de algo... —habló con retintín imitando, cosa que hacía muy a menudo, mi acento andaluz, aquél que desaparecía a cada año que pasaba fuera de mis raíces, pero también el que florecía cuando estaba en una situación en la que hacía falta hacer uso de las interjecciones. No obstante, aunque sus emulaciones se estaban volviendo un modo de hablar casi continuo, no evitaba que nos riéramos ante su acento exagerado.
Después de un par de copas y muchas risas, conseguimos soltarnos y relajarnos, y con ese toque de alcohol en las venas nos fuimos a la pista. ¡Oh, sí! Necesitaba olvidarme de todo y me entregué por entero al ritmo de la música. Me gustaba mucho bailar, puede que fuera porque cuando era pequeña mi madre me apuntó a clases de baile y al parecer, según mi amigo, se me daba bien, aunque no era algo en lo que yo quisiera destacar, lo único que deseaba era poner mi mente a cero y evadirme después de un largo día y mucho tiempo sin salir.
Al rato de mover el trasero en mitad de la pista, las copas que nos habíamos tomado me provocaron unas ganas tremendas de ir al baño.
—Benja, cariño, ¿dónde está el aseo? —le rogué poniendo cara de circunstancia.
—Al lado de la barra del bar, cielo. ¿Qué? ¿Ya llegó el vodka abajo? —señaló sonriendo.
Meneé la cabeza afirmando con ojitos infantiles, le indiqué que en seguida volvía y crucé los dedos porque no hubiera mucha o ninguna cola. «No está tan mal», pensé al llegar, «solo hay tres chicas delante», y mientras esperaba llegó otra y me saludó.
—¡Hola! —La miré extrañada y le devolví la sonrisa, pensé que tal y como me había entrado se me iba a tirar al cuello y para más confusión se acercó un poco para que la oyera mejor—. Te he visto en la pista de baile, te mueves muy bien —«Ya empezamos», dije para mí.
—Gracias.
—¿Te dedicas a eso? —preguntó interesada y con tacto. Puse cara de póker y un ¿eh? de no entender nada de nada—. Digo ¿que si te dedicas a bailar? Pareces una bailarina profesional o como poco una gogó —aclaró.
—¡Oh, no! Estudio y por las tardes sirvo cafés. De todas maneras, gracias.
—Podrías dedicarte a eso.
—Creo que los únicos que opináis así sois mi amigo Benja y tú —dije levantando una ceja y un lado de la boca.
En ese momento su mirada de ojos marrones tomó brillo, como si hubiera encontrado algo que necesitaba.
—Ya te digo yo que podrías, me muevo en el mundillo y justo ahora me hace falta alguien que baile bien. Una de mis chicas se ha quedado embarazada y ya no puede seguir.
La cola avanzó sin darme cuenta y la siguiente en entrar era yo. La chica al percatarse de que me tocaba a mí sacó una tarjeta de su bolso, que por cierto no pude dejar de observar que era de una marca carísima, y me la tendió.
—Toma mi tarjeta, aquí tienes mi número de teléfono. Si estás interesada llámame y charlamos. Lo único que te puedo adelantar es que podrías ganar mucho dinero por pocas horas y solo tienes que bailar... Se nota que te gusta cantidad...
»Piensa en esto: ¿quién hoy en día gana mucho dinero haciendo algo que le gusta? Además, seguro que si aceptas conseguirás más horas para estudiar —me sonrió con picardía levantando las cejas y me indicó con la mandíbula que ya podía entrar. Le sonreí y ella pudo ver en mis ojos la curiosidad que por fin consiguió atraer. No obstante, sin más rodeos me guardé la tarjeta de forma mecánica y entré pensando que lo meditaría mejor en frío, porque en ese momento mi vejiga no cesaba de protestar.
Cuando salí, me miré en el espejo para retocarme el maquillaje un poco, sin embargo, al contrario de lo que se pueda pensar, no reparaba mucho en mi físico.
Era de estatura media, morena de pelo largo súper lacio, tipo japonés, ojos turquesa y con una talla treinta y ocho. Y mi armario era monotemático, resumido en comodidad a base de vaqueros y tops de algodón, por lo que solo cambiaba los colores y, por supuesto, los zapatos de tacón vertiginoso, mi casi único fetiche. Cuando salía, mi intención era pasármelo bien, ya tenía bastante el resto de días con preocuparme en cómo pagar las facturas como para que por una rara vez que viera las luces de neón de los antros nocturnos agobiarme con mi apariencia, era obvio que tampoco iba a ir de cualquier manera, pero me conformaba con lo justo.
Caminé hacia la pista y busqué a Benja. «¿Dónde estás, Benja?» examinaba alrededor, «Vamos ¿dóndeeee? ¡Oh venga ya chico, otra vez no!», chillaba en mi interior. Benja estaba en mitad de la pista bailando sensualmente con un chico muy atractivo, así que decidí no cortarle el rollo. «Pero, ¡joder Benja! ¿Por qué me haces esto? Para una vez que salgo…».
Resignada me puse detrás de él y le apoyé la mano en la cintura siguiendo sus movimientos, él a su vez llevando su mano hacia atrás tomó la mía, entonces acerqué mi boca a su oreja y con tono sexy y un cierto atisbo de enfado me pronuncié.
—Como veo que te lo estás pasando genial y que esta noche posiblemente no duermas en tu casa, me voy, pero eso sí, esta me la debes.
Mi estupendo amigo, ese que se había olvidado de que había venido con su mejor amiga, me apretó la cintura y giró su cabeza dándome un pico para seguidamente gesticular un gracias y quedarse tan pancho sabiendo que me iba.
Cuando llegué a casa me quedé dormida con la ropa puesta, realmente no me podía enfadar con él, pues lo aceptaba tal y como era, y además estaba súper cansada.
* * *
Pasaron los días y todo era lo mismo, la repetición una y otra vez de las mismas acciones, lo mismo ocurría a la hora, al minuto y al segundo en que tenía que ser, lo único que cambiaba era la fecha del calendario.
No tenía tiempo de estudiar y en la cafetería cobraba una miseria, y Benja, ese “gran amigo”, no cesaba de preguntar cómo podía vivir con esa mierda de sueldo.
Llegó un jueves y al día siguiente libraba; bueno, supuestamente, porque mi compañera me rogó que le cubriera por la tarde y yo incapaz de negarme le dije que sí... Como si no tuviera bastante.
Después del trabajo, Benja vino a verme porque se iba de viaje y quería despedirse de mí, cosa que agradecía, ya que era muy importante en mi vida.
—Chica, de verdad, ¿cómo puedes llegar a fin de mes? Es que realmente no lo entiendo y sin sexo... —alzó las manos al cielo.
—Benja, por favor, no pongas el dedo en la llaga anda, que sabes que no tengo más remedio que trabajar para poder vivir.
—Sí hija, para poder mal vivir dirás, porque a ver ¿cuándo fue la última vez que te comiste un buen bistec?
—¡Me invitaste tú… Joder, Benja, es a lo que puedo aspirar ahora mismo, ¡no tengo tiempo de buscar otra cosa y lo sabes! Claro, como tú eres un niño bien ¡no lo puedes entender! Si tanto te preocupa si como bistecs o no, lo que tienes que hacer es invitarme a uno —girando sobre mí me toqué la nuca acongojada por sus palabras, pero si él sabía mi situación ¿por qué se portaba así conmigo?
—Es verdad, cielo, soy un mal amigo.... Venga, te invito a un solomillo y luego salimos a dar una vuelta, a ver si con suerte hoy echas un polvete y se te olvidan las penas por un rato —me dijo cogiéndome la mano que tenía en la nuca y abrazándome.
No pude reprimir una sonrisa, la verdad es que era muy zalamero cuando quería, por ello le devolví el abrazo de buen grado, aunque siguiendo el juego de tira y afloja me separé e hice la ofendida.
—¡Pues, que sepas que acepto la invitación, porque así también me cobro el plantazo del otro día en aquel antro de mala muerte! Así que, coge un refresco de la nevera y espera a que me arregle.
Mi hogar no era muy grande pero sí lo justo que podía pagar. Se trataba de un tercer piso sin ascensor, con decoración en líneas rectas donde se alternaba el negro, rojo y blanco. La casera, aunque era un piso viejo lo decoró muy bien. Era un cielo, si me atrasaba con los pagos no me agobiaba, porque decía que me consideraba muy “buena niña” y eso era difícil de encontrar.
Lo más importante para mí era su luminosidad, la luz natural se abría paso a raudales. Desde la puerta de entrada se accedía directamente al saloncito donde había un sillón de tres plazas, una mesa de café y un mueble bajo donde estaba la televisión. Detrás del sofá se encontraba una mesa redonda para cuatro comensales, la cual no usaba demasiado ya que solía comer en la cocina, incluso cuando venían Benja o mi tía Consuelo. No obstante, lo mejor para mí era el gran ventanal, ese que llenaba mi salón de vida. La cocina, se encontraba a la izquierda de la puerta y estaba abierta al salón separada por una barra americana, era pequeña pero tenía lo necesario. En la pared del salón donde estaba la televisión había dos puertas, una era el dormitorio con una cama de matrimonio, mi mesa de estudio y un armario empotrado de tamaño normal donde descansaban gran cantidad de zapatos; y de nuevo, para mi gozo, la alegría se colaba por el balconcito con esa luz tan necesaria para mí. La otra puerta era el baño, con una ducha, retrete y un lavabo con un mueble pequeño debajo donde guardaba las cosas de la limpieza.
Me metí en la ducha rápidamente y, como siempre, solo tardé cinco minutos. Al salir me sequé el pelo con el secador sin mucho problema, porque aunque me llegaba casi hasta la cintura, al tenerlo tan lacio no había mucho con lo que marearse. Delante del armario escogí un pantalón vaquero ajustado negro, un top semi transparente azul de manga larga con un generoso escote y, por supuesto, unos zapatos de tacón de lápiz a juego.
De un pequeño perchero que había detrás de la puerta tomé el único bolso que tenía para salir y cuando metí las llaves se cayó algo; lo recogí del suelo y me di cuenta de que era la tarjeta de la chica que me encontré en la discoteca la última vez que salí. En la diminuta cartulina ponía su nombre, Laura Martínez, y el número de teléfono, realmente me había olvidado por completo de ella. «Interesante», observé. Todavía me rondaba por la cabeza la conversación que había mantenido, antes de asearme, con Benja, por lo que aún en el dormitorio y sin pensarlo dos veces marqué su número.
Mientras sonaba, me repetía, para convencerme a mí misma, que lo que hacía estaba bien y que no se trataba de uno de esos hechos pasionales de los que luego me solía arrepentir; por suerte, tras varios timbrazos se escuchó a una chica al otro lado de la línea que me sacó de mi retahíla.
—¿Hola?
—Sí...bueno... eh...eh… Hola —balbuceé.
—Hola, ¿quién es? —exigió. Sonaba música de fondo así que la chica hablaba un poco alto, parecía que estuviera en un bar, por lo que elevé un poco la voz.
—Hola, soy Candela... Perdona que te moleste. El otro día me diste tu tarjeta en un club y mencionaste que te llamara para hablar.
—¿En qué club dices?
—En el Séptimo Cielo, fue hace tres semanas... Creo... Me... Me... Me dijiste que podría trabajar bailando y que te hacía falta alguien ¿aún es así? —pregunté bastante insegura por lo que hacía.
—¡Ah vale! —Su actitud cambió a mejor—. Eres la chica del baño que llevaba unos tacones de infarto ¿no?
—Sí, creo estar segura de que podría ser yo.
—Bien, supongo que me llamas para hablar sobre el empleo. ¿Qué te parece si quedamos mañana en el club donde trabajo? —Se le escuchaba muy interesada y con seguridad en su voz.
—Vale, ¿a qué hora? Porque estoy ocupada hasta las siete de la tarde. ¿Te parece bien a las ocho? —Crucé los dedos suplicando porque le viniera bien ese horario.
—A esa hora está bien. ¿Tienes papel y lápiz a mano para apuntar la dirección?
Apunté el nombre de la calle y le agradecí que quisiera verme tan pronto.
Cuando salí del dormitorio mi amigo me miró y me dijo que estaba muy guapa, a lo cual sonreí.
—Guapo estás tú, qué lástima que te guste lo mismo que a mí —le hice un puchero mientras le recorría con la mirada.
Y era cierto, puesto que Benja se mostraba espléndido. Alto, cuerpo diez machacado en el gimnasio, todo estaba en su sitio y con talla perfecta, sus labios carnosos con la forma del corazón muy marcada tenían un tono rosado perenne, nariz recta y perfilada, ojos de color azul celeste de mirada traviesa y el pelo rubio natural le caía sobre los hombros despeinado. En mi interior rogué porque un día un hombre la mitad de guapo me esperara sentado en el sillón para acurrucarme en su regazo. ¿Podría pasar algún día? ¡Uf! Mi mente avanzaba y estaba sintiendo mucho calor ahí abajo, me hacía falta sentir un hombre, ya sabes, de esa manera. Definitivamente, mi amigo tenía razón; necesitaba un polvete YA.
Apartando esa idea de la cabeza, por el momento, le señalé la puerta.
—Tengo hambre hombretón, da de comer a esta mujer.
—Chica, no me asustes, que tus ojos hace un momento han cambiado de turquesa a azul marino y me ha dado miedo. Lo siento, cielo, pero sabes que lo mío es de verdad. Si algún día quiero cambiarme de acera segurísimo serás tú la elegida, porque además de ser buena chica eres monísima.
Tras esa puntualización cerrando la puerta divertida, me agarré de su brazo y nos fuimos al restaurante, el cual estaba cerca de mi casa, así que no tardamos en llegar.
—Venga, suéltalo ya —ordenó—. Desde que salimos no has abierto la boca, así que como tú y yo sabemos que me lo vas a contar mejor que sea ahora, que luego en la discoteca no me entero de nada.
—Cómo me conoces ¿eh? —Sacando la tarjeta de Laura de mi bolso se la entregué y le conté la historia, no sabía muy bien cómo se lo tomaría, así que mirándole expectante concluí el relato y esperaba su opinión con atención, algo intimidada por su posible reacción.
—Es que eres horrorosa, Candela, tus impulsos me van a matar un día ¿eh? —Se pasó una mano por la melena y me preocupé por su posible acometida—. Bien, como veo que me estás poniendo ojitos del gato de Shrek te daré mi opinión. Ve a ver de qué se trata, pero ten cuidado.
—Te prometo que me cuidaré y no me dejaré llevar por mis impulsos —me levanté de la silla y le di un achuchón.
Al terminar de comerme un delicioso solomillo con salsa de champiñones y con guarnición de verduras y patatas, junto con un buen vino y una tarta de queso con confitura de fresas para terminar, nos fuimos.
Decidimos, por una noche, cambiar e ir a una disco donde la clientela fuera en su mayoría hetero, pues Benja me dijo que estaba impresionante y que ya que al día siguiente tenía una entrevista de trabajo, tendría que ir tranquila y la mejor forma era teniendo una noche de pasión. No pude discutir con él, hacía que no tenía sexo más de seis meses. Fue con un chico con el que estuve durante el verano, nada serio, en eso estábamos de acuerdo los dos, ni él ni yo teníamos tiempo para eso. De ese modo, fuimos a la caza de hombres.
Lo más probable era que Benja ligara y me diera plantón de nuevo, ya que, a diferencia de él, yo no era una chica de la primera noche, y terminaría como siempre en mitad de la pista bailando sola, pero quizá cambiando de ambiente tendría más suerte y no me abandonaría... Al menos, esa era mi esperanza.
Entramos en la discoteca, dejamos nuestros abrigos y fuimos a la barra. Cuando llegamos no hicieron falta las palabras, una intercambio de miradas entre ambos era suficiente para saber qué queríamos. Así en un minuto ya tenía mi vodka con naranja coronado con la piel de la misma. Nos sentamos en una mesa que había en un lado de la pista donde Benja me estuvo hablando del trabajo que tenía pendiente y sobre su inminente viaje a Japón, debido a que la empresa quería ampliar el mercado de sus joyas allí.
—Te echaré de menos... ¿Cuándo te vas exactamente?
—Mañana. No quería decirte nada hasta el último momento, pero tranquila, estaré de vuelta en tres semanas, no te libraras de mí tan fácilmente, jajajajajaja —exclamó exagerado, imitando la risa malvada de las brujas de los cuentos infantiles.
—Vale, pero ¿me llamarás? Da igual la hora —estaba afligida. Como acostumbraba puse mi mano derecha en la nuca abrazando así un tatuaje hecho en memoria de mis seres queridos y miré mi copa.
Siempre que Benja se iba se llevaba un trocito de mí, puesto que yo solo tenía a mi tía Consuelo. Era una señora muy mayor, pero porque lo ponía en el carnet de identidad, ya que en espíritu y, por añaduría, bastantes veces en vitalidad era más joven que yo. Generalmente, iba a visitarla una vez a la semana aunque últimamente eso estaba cambiando, pues cada vez estábamos más unidas. Ella se encargó de mí cuando mis padres fallecieron en un accidente de tren a los dos años de trasladarnos de Málaga a Barcelona; en ese mismo accidente también perdí a mi amor de adolescencia. Yo tenía diecinueve años y el golpe que me llevé en el corazón y en el alma fue de tal envergadura que jamás en la vida me podría recuperar.
—Hey peque… No te pongas triste, ya te he dicho que volveré en tres semanas...Y sí, te llamaré sin importar la hora, sin tan siquiera pensar en si estás dormida, trabajando o estudiando —me besó en la frente.
Me encantaba cuando lo hacía, ya que me sentía protegida con aquello. No voy a negar que me hiciera falta cariño, el que un día se marchó en ese fatídico accidente y por el que más de una vez, al igual que en esa ocasión, se me escapaba alguna lagrimilla.
—Ah no, no, no, esta noche es para ti, así que fuera penas. ¡Vamos a bailar, cielo! —pegó un tirón de mi brazo y me llevó a la pista.
Sin darnos cuenta el local ya estaba lleno y nos pedimos otra copa y otra y otra; a la tercera, ya sentía cosquillas en las piernas y me lo estaba pasando genial. No nos movimos de la pista, que nos echaran lo que quisieran, nos gustaba toda la selección musical.
En un momento en que estaba en todo mi apogeo, escuchando una canción de Soraya, abrí los ojos y allí estaba Benja bailando con un tío. «Cómo no», pensé, «si ya lo sabía yo. Bueno, pero esta noche no pienso marcharme, y este por mucho que ligue no me va a dejar tirada». Aún así, no iba a interrumpirle, no quería que dejara de disfrutar cuando a mí realmente no me importaba seguir un rato más bailando sola.
Mirando alrededor vi que al lado de la cabina del Dj había una especie de kiosco en el que se hacía face painting. Sonreí y me pregunté ¿por qué no probar? Entonces, me acerqué a Benja para hacerle saber dónde iba a estar, por si se acordaba de que había venido acompañado y se le ocurría buscarme.
—¡Cielo, ahora vengo!
—¿Dónde vas, cariño? —me preguntó sin dejar de bailar. Le señalé el sitio y asintió—. Vale, te espero aquí.
Tenían varios dibujos para elegir y tomándome mi tiempo me decidí por uno que ocupaba toda la cara. Se trataba de un tigre blanco, era un dibujo muy elaborado, dando gran expresividad. Cuando la chica terminó y me miré en el espejo no me reconocía en él y satisfecha con el resultado volví dejando a Benja desconcertado, pues no supo que era yo hasta pasados unos segundos.
—¡Guau, tía, qué guapa estás! —le gruñí imitando a una tigresa, me sonrió divertido y señaló a su amigo—. Déjame que te presente, este es Santi.
Y después de intercambiar algunas palabras me despedí y giré sobre mí misma para dejarles espacio e ir a mi bola escuchando la música. Al rato surgió otra copa en mi mano, sonreí por el hecho de que finalmente Benja se acordara de mí. Bebí deleitándome en el sabor y agradecí el frescor que guardaba, ya que hacía muchísimo calor y tenía la boca seca.
—¡Hombre, mi amigo! Que sepas que no te he interrumpido porque el tío está muy bueno y porque aunque te deje tontear, esta noche no me voy a ir y tú tampoco —le di un beso en la punta de la nariz y me sonrió.
—Tranquila, solo es un flirteo, esta noche es tu noche, tigresa; pero es tan mono que por lo menos un baile puedo tener ¿no? —Guiñó un ojo y continuó con su tonteo.
Por mi parte seguí a lo mío puesto que tenía un objetivo: pasarlo bien.
2. Arturo
Aquella noche salí con mi socio de la notaría a tomar algo. Me convenció. La verdad, no era un hombre que tuviera mucho tiempo para ese tipo de cosas, estaba hasta arriba de papeles, así que normalmente me llevaba trabajo a casa. Además, si quería sexo solo tenía que descolgar el teléfono.
El argumento con el que me convencieron él y su mujer, la cual llevaba la recepción de la notaría y nos ayudaba a tener los documentos en condiciones, fue: «—Solo serán unas copas, algo rápido. Para mañana estarás fresco como una rosa, Raquel ya mismo dará a luz y se me acaba el rollo». Y allí estaba yo, después de yo no sé cuantos whiskys, en una discoteca.
Estábamos sentados en una mesa hablando de algún caso cuando miré a la pista y me quedé petrificado. Escuchaba la conversación sobre el asunto cada vez más lejana. «¡Oh dios mío! ¡Pero aquella mujer es...es...». Seguí observándola, llevaba la cara pintada simulando a algo así como un tigre blanco y estaba sola, al menos eso creí. Cómo se movía, «sí, señor, esa chica sabe bailar», me la estaba poniendo dura y solo estaba mirándola y, además, desde lejos.
—Voy a por una copa. ¿Quieres otra? —hablé como pude, y en ese momento me di cuenta de que estaba bastante pedo. Javier, mi socio, me dijo que se tenía que ir, que con el estado tan avanzado en el embarazo de su mujer no se fiaba de dejarla tanto tiempo sola. No me importó, la realidad es que pensé que sin Javier allí tendría más libertad para intentar algo con aquella chica.
—¿Qué vas a quedarte aquí solo? —preguntó incrédulo al saber que yo me quedaría un rato más.
—No, qué va, he visto a alguien que conozco. Mañana nos vemos.
—Ok, adiós —se levantó mirándome desconfiado, obviamente me conocía bien y sabía que yo no solía ir a ese tipo de sitios, así que seguramente su escéptico semblante se debía a que no era capaz de relacionarme con nadie de allí, y yo ansioso porque me dejara vía libre no le expuse la verdad.
«Vamos a ver, aguanta el tipo, tío; tienes que llegar hasta ella», me decía recomponiéndome un poco antes de avanzar entre el gentío.
Me fui haciendo hueco, incluso tuve que dar algún que otro empujoncito; alguien que tenía la cara pintada de mariposa se me colgó del cuello y quiso darme un beso, como pude me la quité de encima, observando que, definitivamente, aquello se estaba desmadrando. Al fin conseguí llegar a mi objetivo y antes de lanzarme la miré de arriba a abajo apreciando la mercancía. «Madre mía, qué piernas y vaya tacones, su pelo ¡uf, me estoy volviendo a empalmar!», pensé relamiéndome imaginariamente. Me acerqué por detrás y la agarré por la cintura pegándome muchísimo a su cuerpo.
—¡Oh, Benja, te has acordado de tu pobre amiga! —me contestó la chica cariñosa con un acento que no era de Barcelona y el cual creí saber de dónde provenía, quizá del sur.
Acerqué mi boca a su oído y las palabras que salieron de ella lo hicieron sin pensar, creo que fue ese sutil acento andaluz más su olor lo que me distrajo, olía realmente bien, esa chica tenía potencial. Habló el alcohol por mí, pero al considerarlo lo agradecí ya que fui muy directo.
—No, nena, no soy ese tal Benja. Pero con suerte no te apartarás de mi lado el resto de la noche. He estado observándote y me has puesto como una moto. Qué me dices, ¿puedo acompañarte o no? —Puse las cartas sobre la mesa, no tenía nada que perder. Lo malo era que me costaba un poco hablar. Joder, estaba muy bebido.
La noté tensarse bajo mis manos. «¡Oh sí, nena! Da la vuelta y mírame». Joder, joder, joder; me la quería tirar allí mismo. Poco a poco fue girándose y yo, por supuesto, no aparté las manos de su cuerpo en ningún momento, sus ojos miraban hacia abajo y cuando levantó esas increíbles pestañas los míos se perdieron en un mar turquesa, un mar de preguntas y deseo, entonces, supe que tenía que ser mía esa noche, costase lo que costase.
—¿Qué? ¿Quieres que me vaya o puedo disfrutar de tu compañía? —Tímidamente afirmó—. ¿Eso es un sí vete o un sí quédate? —«Vamos, nena, dime que sí y me harás un tío súper feliz esta noche. Dios, cuánto me hace falta descargar, llevo sin sexo demasiados días», pensé.
No obstante, la tigresa se tomó su tiempo para contestar, era obvio que estaba valorando las opciones.
—Sí, puedes quedarte.
Aquella mirada dejó de hacer preguntas y cambió a un gesto de determinación, parecía como si hubiese tenido una pequeña lucha interna entre la gatita que llevaba en su interior y la tigresa que mostraba al exterior, ganando esa última la batalla. Miré sus labios. «¡Uf!, labios carnosos. Cómo me gustaría verlos rodeando mi verga». Inicié mi siguiente movimiento y, de nuevo, sin pensar, me acerqué a su cuello y aspiré su aroma. Sin saber cómo me encontré dejando un reguero de besos desde su clavícula a su mentón y sentí cómo se estremecía con cada toque.
No entendía cómo la chica estaba tan dispuesta, pero era algo en lo que no iba a pensar demasiado, total, un rollo de una noche no estaría mal después de tanto tiempo metido en el despacho. Esos pensamientos me llevaron a estimar que quizá estaba yendo un poco deprisa y me aparté de ella para por lo menos invitarla a algo, ella no era una de mis amiguitas y, seguramente, estaba acostumbrada a otro tipo de trato. Cuando la volví a mirar, sus ojos habían cambiado de color, ahora eran de un azul muy oscuro y estaban cargados de deseo, resaltando en contraste con el blanco de la pintura de la cara.
—¿Quieres tomar algo? —La chica me observaba y para mi regocijo era evidente que le gustaba lo que veía, ya que su boca estaba entreabierta pidiéndome más, al menos eso creía. Sin embargo, dejé ese pensamiento a un lado y me separé un poco de ella, aunque sin perder el contacto.
—Eehh... Vale... Un vodka naranja, pero por favor, pide que pongan una piel de naranja ¿sí? —Asentí dándole un pequeño empujón hacia la barra.
—¿Cómo te llamas? —La chica rió y ante lo que parecía una bella sonrisa deseé ponerle una cara real.
—Candela, ¿y tú?
—Mi nombre es Arturo. Qué dibujo tan increíble te han hecho, resalta el color de tus ojos —miró al suelo avergonzada, pero en seguida los volvió hacia mí y sonrió—. ¿Vienes mucho por aquí?
Aquello sonaba como la típica pregunta de relleno, la típica frase que se dice para parecer interesado en ella, pero en este caso era verdad, porque esa tía estaba como un tren.
—No suelo venir a este tipo de garitos, en realidad no suelo salir mucho ¿y tú? —No dejaba de sonreírme. Su boca me estaba volviendo loco.
—Tampoco suelo venir mucho, me han convencido para salir esta noche, y te puedo asegurar que al final se lo tendré que agradecer, porque es un verdadero placer estar contigo ahora —le estaba acariciando el hombro mientras hablaba, no podía dejar de tocarla, si no hubiera sido porque estaba bastante bebido y seguro todo era producto del alcohol, hubiera imaginado que había algo más.
—Pues, les das las gracias de mi parte, también para mí es un placer —se acercó a mí.
«Placer el que quiero darte y que me des, pero placer del bueno. La de cosas que le haría aquí y ahora», pensé. «Controla, tío, no vaya a ser que salga corriendo y parece que esto promete.»
Entretanto, el camarero nos sirvió las copas y volvimos a la pista de baile.
—No te he visto con nadie. ¿Acaso has venido sola? ¿Dónde están tus amigas? —La volví a coger por la cintura mientras ella seguía moviéndose; dios, como se meneaba esa tía, «si lo hace igual en la cama, esta noche he triunfado», me froté las manos de manera ficticia junto a este pensamiento. Ella, ajena a mis fantasías, me señaló con el dedo a un melenas rubio que estaba con otro tío.
—He venido con mi amigo Benja, pero como ves ya tiene plan.
Su amigo la miró y asintió, y con un gesto de la mano le dijo que se acercara y ella obediente me tendió su copa vacía antes de irse.
—Vuelvo en un segundo ¿me esperarás? —No aguardó a mi respuesta, estaba muy segura de sí misma. De ese modo me guiñó un ojo y se fue.
Mientras esperaba me acerqué a una mesa para dejar los vasos en tanto no apartaba la mirada de ella. Pude observar cómo se reían y él le dijo algo al oído, luego la miró con gesto de advertencia y le dio algo. Ella se lo metió en el bolsillo y regresó. Al llegar a mi altura la tomé del brazo para acercarla a mi cuerpo y ahí, sin previo aviso, se desencadenó todo, tal era la atracción que se movía entre nosotros que la hubiera hecho mía allí mismo. La besé sin miramientos, sin reservas, con ganas. Y entretanto me cogía del pelo acercándome aún más mis manos volaron por su cuerpo como con añoranza, cada centímetro era un descubrimiento delicioso.
—Vayámonos de aquí —le apremié con urgencia sobre sus labios llevándome parte de la pintura de su boca.
—Espera necesito ir al baño.
—Te acompaño —¿Y si iba sola y no volvía? No me podía quedar con ese calentón, tenía que hacerla mía. Mía.
Entonces fue ella quien tiró de mi brazo y me llevó a los servicios, descubriendo al llegar que, misteriosamente, no había nadie esperando. Nos miramos con vehemencia y no hubo necesidad de palabras. Entramos en uno. Aquello fue puro vértigo. La besé y me correspondió, de buenas a primeras noté su mano en mi paquete sintiendo así la fricción que hacía contra mi miembro. Me iba a reventar de duro que lo tenía. Le metí la mano por debajo de su top y me encontré con unos pechos firmes, puesto que no llevaba sujetador, invitándome a rozar su pezón con el resultado de un gemido extasiado.
—¡Oh, sí, nena! Déjame escucharte —le susurré en el oído haciendo que se excitara aún más. Le pellizqué un poco, tiré de él y de nuevo otro gemido que me acercaba más a la pérdida de control.
Estábamos muy pegados, el espacio era muy reducido, pero tanto mejor. Sentí cómo me quitaba la correa con urgencia y manos temblorosas. Mientras, le levanté el top y chupé con ganas sus pechos entreteniéndome más en sus pezones, tenía unas tetas perfectas, perfectas para mis manos, mi boca y mi verga... Consiguió bajarme el pantalón un poco y sacó mi mástil que anhelaba la libertad. Comenzó a meneármelo y ya no aguanté más. La giré mirando hacia la puerta sujetando sus manos por encima de la cabeza, gemía con cada movimiento y su respiración era desacompasada. Le eché la melena a un lado para besarle el cuello y vi que tenía un tatuaje de tres estrellas en la nuca, el cual besé. Gimió profundamente. Entonces le bajé el pantalón junto a sus bragas, ni siquiera me fijé en cómo eran, pasé mi mano por su vientre y descendí hasta encontrarme con sus labios, comprobando que estaba muy húmeda, llamando a gritos para que la penetrara.
—Espera… espera… ponte un preservativo —se le escuchaba con dificultad para hablar, su necesidad era como la mía. Pero había un problema, yo no llevaba condones. ¡Mierda, yo no llevaba condones!
—¡Pero no llevo preservativos!
—Yo tengo uno en el bolsillo trasero de mi pantalón ¡cógelo! —me apremió.
¡Sí, sí, sí! Ella estaba preparada gracias a dios. «Ahora que caigo eso fue lo que le dio su amigo. Buen amigo ese Benja. Si no llega a tener ella uno yo no sé qué hubiera pasado». Seguramente me hubiera dado igual y puede que después me hubiera arrepentido, pero no por lo que se suelen arrepentir el resto de los hombres... Lo mío era otra cosa...
Me agaché como pude y busqué en su bolsillo, ahí estaba el sobrecito plateado. Lo rasgué y me lo puse, ahora sí, ya estaba preparado.
Tras aquello, la agarré de las caderas y la atraje hacia mí, y de una perfecta estocada penetré en su interior. Señores, estaba en el cielo. De la primera embestida gritó, y animado empecé a moverme consiguiendo su ayuda, descubriendo así su interior, el cual se sentía caliente y ajustado, entretanto nos sincronizamos en el ritmo cada vez más rápido. Se la notaba a punto de estallar, yo casi estaba, mi verga estaba a segundos de reventar. Y así, con una maniobra estudiada, le pellizqué los pezones notando su estremecimiento y el palpitar de su centro en mi falo.
—¡Eso es, nena, córrete! —la animé con la mandíbula apretada.
—¡Oohh, dios mío! ¡Sííííííííí! —culminó y yo seguí moviéndome, ya que era mi turno.
Pero para mi mala fortuna, justo cuando rozaba el éxtasis llamaron a la puerta de manera insistente.
—¡Oye para follar os vais a un hotel, a un coche o donde sea! O salís ya o ¡llamamos al segurata! —Era evidente que había cola para entrar a los servicios.
«¡Joder, que me van a cortar el polvo los cabrones!», maldije en mi interior.
—Venga, vamos, ahora tú. ¡Córrete! —Me lo dijo en el tono más caliente que ninguna mujer me ha hablado jamás, me miraba de reojo y pude ver su boca húmeda y las pupilas dilatadas.
Después de aquello movió su mano hacia atrás para acariciarme los testículos.
—Me vas a matar —dije entre dientes.
Volvió a jugar con los músculos de su vagina mientras se dejaba llevar entre nuevos espasmos que delataban un segundo orgasmo tan intenso que me llegó el mío a la vez, llevándome como regalo el que me flaquearan las piernas entretanto daba las últimas embestidas de placer.
De nuevo golpes en la puerta y jaleo fuera, con la sorpresa de escuchar a gente gritando. «¡¿Qué cojones pasa ahora?!», volví a blasfemar.
E intentando coger aire empezó a hablar.
—Creo… que… pasa… algo… ahí fuera... —dijo apartándose para vestirse con urgencia, consiguiendo el que echara de menos su contacto al descubrir un frío desconocido para mí.
—Sí, nena, creo que debemos salir de aquí ya —me quité el condón y lo tiré al retrete. Con un ágil movimiento dado mi estado, me subí los pantalones y la giré. Al mirar su cara descubrí que la pintura se había deformado levemente, le sostuve el rostro con las manos y la besé con fuerza, chupé sus labios y ella me devolvió cada uno de esos gestos cogiéndome de la nuca para que me acercara más.
—Vayámonos ya, estoy preocupada —murmuraba sobre mis labios—. Aquí había gente y ya no están y ese jaleo fuera... Me tiene mosqueada —se apartó para pasar sus dedos por el pelo intentando peinarse y abrió la puerta. No había nadie, y se escuchaba mucho follón fuera.
Antes de salir la agarré y le pedí su número de teléfono, ella me dijo que en seguida me lo daría pero que primero quería ver si todo iba bien.
Abrimos la puerta y lo que vimos era un caos; la gente corría en estampida a las puertas de emergencia. Nos miramos y precipitamos hacia la barra. Allí, le preguntamos a uno de los chicos de seguridad que estaba dirigiendo la salida como podía, este nos dijo que por lo visto alguien había rociado un spray de pimienta en el otro lado de la sala y así se armó todo el lío. Fuimos a la salida y la gente empujaba, tiraban de nosotros a un lado y a otro como en un rompeolas.
Entonces, ya no volví a sentir su mano, se fue. La vi alejarse gritando. Intenté ir a por ella pero me fue imposible, di codazos, pisotones, algún puñetazo, pero nada. Y no tenía su número...
©López de Val
©Doble o nada, López de Val
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