Sensualízate: Una nueva ilusión... 1ª parte.
Jamás me hubiera imaginado manteniendo un pene de goma entre mis manos, mostrándolo como el trofeo que toda mujer debe poseer.
Ni siquiera sabía por dónde empezar.
En realidad esa maleta pesaba demasiado, al igual que mi timidez, la verdadera culpable de todo lo que me había pasado, pasaba y no me pasaba. Pero qué más podía hacer, necesitaba trabajar, pagar facturas y sobre todas las cosas, era necesario comprar los materiales para el comienzo de mi hijo en el colegio.
Nunca podría perdonar a mi difunto marido. Cómo podría hacerlo si dejó a su hijo y su mujer en la más absoluta de las miserias. Yo era una mujer que gozaba de un estatus bastante holgado económicamente hablando, de ahí mi amistad con Carmen, una mujer que conocí en Madrid, lugar donde residía con mi marido en el barrio de La Moraleja. Lo que no sabía es que vivía un cuento de hadas que escondía una historia de mentiras. El muy cabrón me decía ser quien no era, trabajar en lo que no trabajaba; el muy capullo llevaba una vida doble, gastándoselo todo en sus amantes, a las cuales les ponía pisitos y con las que gozaba de una vida de lujo que yo siendo su mujer no me podía imaginar llevar. Por un momento recordé el mazazo que me llevé al ir destapando sus mentiras, al saber que no tenía un puto duro, ni siquiera para comprar el pan con el que hacer el bocadillo de mi hijo; al saber que era propietaria y heredera de un millón de deudas enormes, pues todo estaba firmado por mí, qué tonta fui al confiar, ciegamente, en él. Poco tiempo después llegaron los embargos y mi puesta en la calle con una maleta (de ahí mi animadversión hacia este objeto), en donde tan solo llevaba un par de mudas y alguna ropa de mi pequeño, nada más; bueno sí, una tristeza enorme, la cual tenía que disimular inventando historias que le hicieran a mi hijo soñar con que éramos caballeros errantes en busca de aventuras.
De ese modo, después de intentar valerme por mí misma con unos desastrosos resultados, fui a parar a Marbella, mi ciudad natal, donde nos instalamos con mis padres en su humilde piso y en donde, casualmente, Carmen tenía su residencia de verano. Nunca olvidaré el día en que me reencontré con ella en un centro comercial, justo en el momento en que mi jefe me estaba echando la bronca por algo que no había hecho, consiguiendo así mi dimisión. Mantuvimos el contacto quedando de vez en cuando para tomar café, aunque yo sentía que no encajaba en su mundo, un mundo que un día también fue mío, pese a que sus cimientos estuvieran fabricados de embustes.
Así, nos dimos cuenta de que nos gustaba nuestra compañía y Carmen se convirtió en mi mejor amiga.
No podía estar más agradecida a ella por encontrarme aquel trabajo del que un amigo suyo era el dueño. Debido a mi precaria vida fui con ella enseguida a firmar el contrato que me vinculaba a “Sensualízate S.L”, la mayor empresa de juguetitos sexuales a nivel mundial, no obstante, me fue imposible poder evitar que la mano me temblara al tratar de plasmar mi firma, conllevando a que tuviera que hacer varios intentos, por lo que el resultado fueron unas líneas temblorosas ininteligibles.
Y me dieron la maleta. La maleta que contenía el rubor y el placer de muchísimas (o eso esperaba) futuras consumidoras de buenos ratos en la privacidad de su dormitorio… o no, eso quedaba a su elección.
Allí estaba, en la casa de Carmen dispuesta a hacer mi primera presentación de tuppersex.
Desde que me levanté esa mañana un sudor frío y pegajoso había hecho acto de presencia en mis axilas, cuello, manos y demás lugares donde la temperatura solía elevarse con facilidad. Lo que nunca había podido imaginar es que a cinco minutos de que comenzase mi puesta en escena pudiera darse el caso de que ese sudor frío y pegajoso llegara a más, pensando que como siguiera así tendría que poner una toalla bajo mis pies para no resbalar.
El salón de dimensiones ridículas por su fastuosidad, estaba repleto de mujeres que reían y hablaban sin parar, llenando el ambiente de un murmullo ensordecedor. Las copas repletas de un vino espumoso, que la anfitriona tuvo a bien de repartir, iban y venían formando un ambiente distendido y cómodo, al menos entre el público, porque lo que era yo estaba hecha un flan.
–Cariño –la cercanía de Carmen me sorprendió de tal manera que era como si se hubiera materializado de la nada ante mí–, debes de relajarte. Todo saldrá bien, ya lo verás.
–Eso espero –dije mientras terminaba de preparar la mesa expositora donde reposaban una veintena de juguetes eróticos–. La verdad es que no sé cómo me dejé convencer por ti para embarcarme en esta locura.
–Querida, te recuerdo que no tuve que convencerte para nada. Es más –continuó hablando relajada entretanto levantaba su copa en forma de saludo hacia alguna conocida que estaba entre el gentío–, casi me tiras al suelo corriendo hacia el coche mientras gritabas que teníamos que llegar antes que nadie para coger el puesto –como siempre que me ponía nerviosa me llevé la punta del dedo índice a la boca para mordisquearlo mientras daba el penúltimo repaso con la mirada a la mesa, gesto que no pasó desapercibido a mi amiga–. Anda, ven conmigo a la cocina un momento.
Carmen me tomó de la mano para guiarme hacia la cocina. Por el camino no paró de saludar a las mujeres que me miraban con curiosidad. Me sentía rara, yo siempre trataba de pasar inadvertida, puesto que no era capaz de soportar ser el centro de atención, cosa que en mi vida anterior me había ayudado a no pedir explicaciones cuando veía algo raro en mi marido.
–Vamos ya, Carmen –rogué en un susurro mirando al suelo para así evitar los ojos escrutadores a mi paso–. Por favor sácame de aquí, siento que me miran como si fuese un bicho raro, tengo la sensación de que para ellas soy comida, un plato sabroso de tarta de nata y fresas.
Carmen soltó una gran carcajada, la cual llamó la atención de un par de mujeres que todavía no se habían dado cuenta de mi presencia. Genial ¿eh?
–No querida. Lo que hoy eres para esas mujeres es una Diosa del sexo. Eres la mujer que va a alegrar sus vidas.
–¡¿Eh?! –Exclamé incrédula más alto de lo normal.
–Lo que escuchas –afirmó recogiendo su vestido de metros de gasa verde para evitar caerse-. Anda, déjate de tonterías absurdas y entra de una vez en la cocina. Ambrosio, por favor, reparte los aperitivos entre nuestras invitadas –ordenó al camarero que, curiosamente, llevaba por único atuendo una pajarita junto a un delantal que cubría su completa desnudez. Cuando Carmen hacía algo, siempre era a lo grande. El pobre hombre, después de coger una enorme bandeja plateada, suspiró antes de cruzar la puerta en una forma de tomar fuerzas a sabiendas de lo que le esperaba, y no se demoró, pues justo cuando salió vítores y gritos enloquecedores llegaron a nuestros oídos, lo que me recordó para qué estaba yo allí.
–Pero, la charla está apunto de empezar –protesté en el momento en que me obligaba a sentarme en uno de los taburetes que rodeaba la isla central de la cocina.
–Shshshshshshshsh… La charla no empezará hasta que estés lista.
–Per…
–Deja los peros para otro momento mujer –la anfitriona tras echar un vistazo a la entrada abrió la puerta del mueble que estaba encima del frigorífico y, tras rebuscar un segundo, sacó una botella que contenía un líquido transparente, para con las mismas ir luego a coger un par de vasos cortos y finos que puso uno frente a cada una de nosotras–. Antes de empezar debes relajarte. Por Dios, si pareces una enorme gelatina sobre el plato que lleva un bailarín de break dance.
–Carmen, no creo que pueda… yo no debería haber firmado –mi voz tembló– yo… yo… yo me marcho a mi casa.
Me bajé del taburete con la clara intención de irme, sin embargo, una mirada asesina por parte de mi amiga me dejó clavada en el sitio, a veces podía ser bastante intimidante.
–De eso nada, tú te quedas y haces tu trabajo –afirmó de manera irrebatible, mientras llenaba los vasos con el contenido de la botella–. Esta es una botella de tequila que traje de mi última visita a México, no se lo digas a nadie y disfruta de su sabor seco. Te ayudará con tu puesta en escena –me pidió con una mezcla de amenaza y comprensión. Luego volvió a esconder la botella en su sitio y se sentó frente a mí–. Hay dos cuestiones que debes tener presente. Una, no tienes cómo pagar tus facturas; y dos, no te voy a permitir que dejes a nuestras invitadas tiradas, porque esas mujeres te esperan, necesitan de ti, de tus servicios. Muchas de ellas llevan una vida tan aburrida y hastía que viven amargadas y tú eres su tabla de salvación, bueno tú y tus juguetes. En tus manos está dar el servicio que se merecen para al menos proporcionarles ese nuevo giro en su vida, un aliciente que les haga desear que llegue la noche, algo que despierte esa ilusión ya marchita que tanto reclaman que vuelva a florecer.
Bajé mi mirada al vaso con el que jugaba entre mis manos y sopesé por un instante las palabras de la mujer que tenía enfrente, el resultado fue pensar que estaba exagerando demasiado.
–Por favor Carmen, lo pintas de un negro muy oscuro.
–Es una realidad cielo. No es más que una realidad –tomó el vaso y se levantó, comenzando a pasear frente a mí de manera relajada–. Puedes pensar que esas mujeres lo tienen todo por su nivel económico, pero está muy lejos de la realidad. Lo siento cariño, sé que tú pasaste por algo parecido –paró un segundo a mirarme para continuar con su exposición–. Son mujeres que están casadas con humo, puesto que sus maridos la mayor parte del tiempo están viajando, y bueno, algunas pueden tener sus escarceos con el jardinero, pero cuando se aburren de él qué hacen. Además, por supuesto no todas echan mano de la infidelidad, hay a quien le da apuro, es entonces cuando entras tú y tus juguetes en su vida –volvió a cesar sus movimientos para mirarme fijamente y así dar énfasis a su siguiente pregunta–. ¿Serías capaz de negarles una nueva ilusión, una nueva esperanza?
Negué con la cabeza pasmada ante el alegato que había soltado casi sin respirar. Un alegato irrebatible, tanto era así que incluso llegó a darme pena de esas mujeres.
–Bueno, querida, vamos a tomarnos esto de un trago y no consentiré que me compliques la vida con eso de “no bebo”, porque ya lo sé y me da igual. Te lo beberás porque te hace falta y punto. Luego, cuando todo termine, me lo agradecerás. Chin chin.
Sin fuerzas ni ganas para protestar le seguí la corriente y levanté mi vaso para brindar con ella. Seguidamente, nos bebimos el contenido de un trago. Al principio no noté nada, pero al segundo una quemazón se instaló en mi garganta haciéndome toser de una manera incontrolable. El estómago me ardía y comencé a sentir una especie de carga en los ojos. Como siguieran así me iban a estallar. Como pude pedí agua a Carmen, la cual me dio sólo medio alegando que si tomaba más diluiría el alcohol que me había tomado y eso no lo podía permitir, puesto que lo necesitaba para tener el arrojo necesario para ponerme frente al público que me esperaba en el salón, deseoso de ver qué tenía para ofrecerles.
De ese modo, pasados un par de minutos más salimos hacia el salón para comenzar con mi nuevo trabajo.
Clavé mi mirada al suelo y me dejé guiar por Carmen hasta llegar a la mesa donde estaba mi maleta estilo vintage forrada de terciopelo rojo, en cuya tapa estaban grabadas unas letras donde se leía Sensualízate.
Carmen se puso a mi lado y llamó la atención de las mujeres golpeando con unas esposas que estaban en el muestrario una copa sin dueña que andaba por allí.
El momento había llegado…
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Copyright ® Portada por López de Val 2016.
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¡¡Me encanta!!
ResponderEliminarEres maravillosa.
Espero con ansia la segunda parte.
Gracias, gracias, gracias.