Primer capítulo de Un beso de esos... Novela romántico erótica

Mis queridos lectores:

Me gustaría compartir con vosotros el primer capítulo de Un beso de esos💋. Deseo que os guste y que disfrutéis de su lectura📖.
💖Besos románticos.

"Un beso de esos"



Prólogo

Cuando me puse a escribir este libro lo primero que me pregunté es si alguna vez en la vida me he sentido especial bajo el contacto de un beso. La respuesta, para mi sorpresa, es que cada beso que he recibido ha sido diferente, pero en todos he sentido algún tipo de afecto. El primero, fue el recibido de mis padres; el segundo, el de mis hermanos y familiares; y el tercero, el primer beso dado en la adolescencia, ese que nunca se olvida aunque haya sido un verdadero desastre. A partir de ahí se suceden más y más besos, pero que ya no te marcan de la misma manera, y, sin embargo, cada uno que has dado lo has hecho con la seguridad de que es por amor. Amor; esa palabra abstracta imposible de palpar y por el que se cometen un sinnúmero de locuras irracionales.
Pero ¿acaso el amor tiene sentido? Para nada. Y, no obstante, el amor mueve el mundo, es el único sentimiento que casi se es incapaz de definir; todo se basa en eso, en amar, de cualquier forma posible. Y la forma más usada para hacer que ese sentimiento se materialice es el beso. Ya sea en la frente, en las mejillas o en los labios, el cuerpo es un lienzo bastante amplio para besar. Cada uno tiene un significado, pero todos vienen a ser lo mismo, amor hacia esa persona. Incluso cuando lo haces a distancia o en secreto, tu deseo, tu mayor anhelo es poder besar y ser correspondido.
¿Qué pasa cuando se produce el milagro y llega un beso de esos apasionado tan especial que lo que hay alrededor desaparece y por tus venas sientes una borrachera de exaltación que hace que tu cuerpo se afloje? ¡Qué bello cuando te enamoras y las mariposas, hormigas o burbujas, según cuál sea el dueño, aparecen en la barriga, llegando a no dormitar por la noche y entrar en un estado de nervios maravilloso, sintiendo durante un tiempo como si fueras por la vida levitando!
Por suerte para mí, he podido probar varias veces de esos  besos y con cada uno he aprendido algo, hasta llegar a los que ahora tengo, de los que no aprendo nada porque son capaces de hacerme olvidar hasta de mi nombre, invitándome sólo a gozar de la suavidad de esos labios y su total entrega a mí.
Espero sinceramente que tengas la misma suerte que yo y si no es así no te angusties que pronto ese beso llegará. Incluso puede que tengas suerte y que en vez de ser un beso consentido sea uno robado, tal y como les pasó a los protagonistas de esta historia por circunstancias que escapaban de sus manos.



Acercamiento

“Un beso legal nunca vale tanto 
como un beso robado”.
Guy de Maupassant.

¿Alguna vez te han dado un beso de esos?
¿Un beso que te deje sin aliento?
¿Uno que cause que tu corazón se salte no sólo un latido sino dos o tres?
Eso fue exactamente lo que le pasó a Trudy sin esperarlo en mitad de la calle y por parte de un desconocido. Fue tal lo que sintió, que se quedó parada mirando embobada su ancha espalda mientras aquel anónimo se marchaba, bebiendo de aquel aire desenfadado entretanto se reía con un par de amigos de la ocurrencia que había tenido o a saber qué.
Al principio no pudo verle bien la cara, puesto que fue un asalto en toda regla. A ella. A esa mosquita muerta que esperaba a que cambiara de color el semáforo, después de haber pasado un día de perros en la empresa de transporte marítimo donde ejercía un “maravilloso” puesto de becaria. Becaria o limpia mierdas, porque se sentía un trapo viejo, e incluso pensaba que si pudieran la despedirían. Sabía que eso no pasaría debido a los lazos sanguíneos que la unían a uno de los directivos, aunque en la oficina eso no se supiera. Ahora bien, las peticiones de cafés constantes, el chica ven aquí y limpia mi escritorio y el mandarle a hacer infinitas fotocopias, le impedían el poder desarrollar todo lo aprendido en la universidad, donde sus calificaciones habían sido extraordinarias, pero no así las amistades ni las noches de juergas casi inexistentes.
¿De verdad era tan mosquita muerta?
Lo peor de todo era que se daba cuenta de ello; no obstante, era incapaz de remediarlo. Su carácter tímido se lo impedía, al igual que le impedía plantar cara a todos esos que se aprovechaban de ella y de su imposibilidad a decir NO. Si hacía memoria no era capaz de recordar algunas caras de la oficina, puesto que siempre iba con la cabeza gacha deseando que llegara un ciclón y se la llevara para siempre. ¡Qué depresión! Tanto era así, que varias veces al día pensaba que si se moría nadie la echaría de menos, o puede que quizá sí, un par de colegas que compartían puesto en otros departamentos y a los cuales veía a la hora del desayuno, tiempo durante el cual les dejaba hablar sin parar entre ellos, añadiendo un “ajá” y un “mmm” de vez en cuando, y no porque no les cayera bien, qué va, todo lo contrario, los consideraba muy buenas personas, pero como siempre su timidez podía con ella costando bastante entrar en su mundo. Además, temía que si se abría demasiado pudieran descubrir su secreto y así hacer temblar su apacible anonimato y eso de ninguna de las maneras podía ocurrir.
Pero aquello, aquello que le había pasado era algo tan nuevo, increíble y ardiente que no era capaz de reponerse.
Habían pasado dos días desde el asalto y ahí estaba ella, echada sobre su cama sin hacer nada, mirando al techo, sus manos cruzadas sobre la barriga, su pelo pelirrojo simulando la lava que avanza a paso cauto pero devorándolo todo, desordenado alrededor y una cara de placer que no podía con ella al recordar aquel beso. Rememoró cómo cuando ocurrió se quedó estática y cómo en un principio tan solo pudo ver la cara de uno de los chicos que acompañaban a ese que le robó el beso más maravilloso de toda su vida. No es que hubiera tenido muchos pero alguno que otro había caído, sobre todo con Ralph, un amigo de la pubertad americano que viajaba todos los veranos a España y durante cuya visita se dedicaban a enrollarse en el garaje de su padre luchando porque el corrector de dientes no se les enredara.
Y justo cuando llegaba al final del recuerdo de lo acontecido con aquel extraño, se recreó en la imagen del ladrón que le robó no sólo “ese beso” sino también su infantil corazón tímido. Ensimismada y puede que un poco novelera, recordó que un segundo antes de que aquel profesional en el amor girara la esquina, pudo apreciar cómo la miró un instante y sintió la forma en que  bebió de ella y de sus labios en la distancia, haciéndole fantasear con que no sólo ella se había quedado impactada por lo que con esa breve incursión en su boca había provocado. 
Y es que aunque se pueda pensar que no interactuó fue todo lo contrario, por increíble que parezca Trudy le correspondió fogosa, aunque no movió ningún otro músculo que no fuera su lengua y el leve palpitar de su centro en llamas despierto a la milésima de segundo (cosa irremediable), puesto que agarraba con fuerza el maletín de cuero contra su pecho haciendo crujir la piel por la fricción de sus dedos, aquel maletín que estaba prácticamente vacío, aquel en el que rodaba la manzana que nunca se comía, al contrario de la que en ese instante (como ya hiciera Eva en el Edén) devoraba como si no hubiera un mañana, aunque de manera sensual y hermosa.
Sí, le correspondió. Al primer contacto. En el primer segundo su boca le permitió el paso, así como si hubiera estado toda la vida esperando por ella. Por esa masculina boca de labios carnosos y un infierno dentro lleno de promesas en donde no cabía la paz, sino el tormento del maravilloso sexo puro y duro. Justo lo que le hacía falta a Trudy para espabilar. Abrió su boca y dejó que su lengua danzara, se enrollara y estallara salivando por aquel gusto a hombre, con los ojos cerrados y entregándolo todo en aquel beso…
Un mohín de enfado se instaló en su cara al terminar la evocación y una pregunta de esperanza se adueñó de su alma, ¿sería verdad aquello que percibió por parte de ese bandolero?…

* * *

Los chicos creyeron que Julio no sería capaz de llevar a cabo la apuesta. 
¿Es que después de tantos años aún no lo conocían? 
O puede que más bien al saber cómo era lo hicieran para divertirse al entender a ciencia cierta que era capaz de eso y mucho más.
La apuesta era sencilla, si se atrevía a besar a cualquier desconocida en la calle le regalarían esa moto que andaba pensando en comprar como autorregalo. Sí, ya, es obvio que no todo el mundo puede llegar a entender esos jueguecitos y el poco valor que le daban a las cosas, pero siendo unos chicos acostumbrados a una vida más que acomodada gracias a la cartera de papá, pues eso…
Sin embargo, Julio, aun habiéndose criado rodeado de lujo, consideraba que debía luchar por mantener su estatus y porque sus arcas no se vieran afectadas o reducidas por la crisis que asolaba el país. Por ello, ocupaba uno de los cargos más altos en la empresa de transporte marítimo que llevaba por nombre TransPacific y ese día aunque debería estar acudiendo a reuniones y arreglando ese problema que tenía en el canal de Suez y su normativa marítima, se había visto embaucado por sus amigos a tomar el día libre y celebrar su treinta aniversario de cumpleaños, uno que comenzaba de lo más ajetreado.
Tan solo había un requisito en la apuesta, o puede que dos, que la chica fuera de esas que aparentaban querer desaparecer y que, además, no fuera muy agraciada, siendo ellos quienes la eligieran sin poder negarse de ningún modo…
La cosa no iba a ser tan sencilla como en un principio le había parecido, y es que besar a una mosquita muerta iba a requerir de un gran esfuerzo, acostumbrado a mujeres de carácter y bellas como modelos sacadas de revista, aunque incluso ellas mismas ocupaban su cama cuando lo deseaba; no obstante, el premio y el poder ver cómo sus amigos tendrían que rascar sus bolsillos merecía el esfuerzo.
De esa manera, echó un vistazo alrededor buscando a la que podría ser su víctima mientras seguía andando hacia una dirección desconocida, puesto que sus amigos al parecer habían organizado alguna que otra sorpresa y conociéndolos sabía que tendría que ver con alcohol y sexo, dando por sentado que de almuerzo nada de nada, al menos no el almuerzo en sí tal como es entendido por cualquier persona, puesto que ellos bien podían pasar sin comida teniendo la boca llena por manjares carnales que no engordan y la bragueta ocupada…
Llegaron a un semáforo y se entretuvieron charlando de esto y aquello, conversaciones sin sustancia, carentes de responsabilidades, perfectas para un día como ese. Y justo en el momento en que la luz naranja comenzó a parpadear, Víctor le dio un codazo y le hizo un gesto con la cabeza señalándole el lugar donde se encontraba la chica con la que tendría que saldar su apuesta.
Julio se quedó mirándola una franja de segundo, tiempo en el cual tan solo pudo distinguir un pelo rojo como el fuego y unas gafas enormes de pasta negras, puesto que Víctor se apresuró a empujarlo sobre la víctima en cuestión sin tener más remedio que buscar a la ligera los labios de esta para poder largarse cuanto antes y gozar del viento que la nueva moto, que casi tenía en sus manos, le provocaría por la velocidad.
Avasalló la boca de la chica; y cuál fue su sorpresa al comprobar que esta le correspondía y hacía mover unos labios que descubrió carnosos y frescos, suaves y ardientes, apasionados y lujuriosos,  y así, sorprendentemente, consiguió que una leve erección hiciera acto de presencia.
Jamás había probado un beso de esos. 
Sí, como buen amante había besado y, mucho no, la verdad es que muchísimo, a bastantes más mujeres de las que cualquier hombre se pudiera imaginar, no en vano llegó el momento en que tuvo que tirar su antiguo móvil y comprar uno nuevo con una memoria mucho más amplia… Pero, aquel beso… Aquel, estaba siendo realmente especial. 
De manera súbita se apartó de la chica, pues esa nueva sensación le provocó por un instante un pánico desconocido para él y, de esa manera, con una sonrisa nerviosa siguió su camino ocultando su estado bajo una desfachatez más propia de su yo normal, riéndose de lo ocurrido con sus amigos pero, sin poder evitar que su corazón palpitara desbocado por esa damisela que le correspondió… o puede que por ese beso. Un beso de esos capaz de dejarle con la boca seca, buscando de nuevo el manantial de agua pura que había descubierto y que nunca antes había probado.
No obstante, no pudo evitar volver la vista hacia su víctima para comprobar que debido a la distancia parecía tener una apariencia poco agraciada, pero que sin embargo a él, por alguna causa difícil de comprender, le parecía bella a rabiar y al mirar un poco más profundo creyó intuir que lo que se escondía tras una apariencia sosa podría convertirse en un banquete de un dulce empalagoso y exquisito, ya que sus labios se lo descubrieron y su cuerpo de ninfa, más sus rasgos diabólicamente sexis se lo ratificaron. 
Una parte de él, mucha a decir verdad, quiso dar la vuelta, olvidarse de sus amigos y la moto y disculparse con ella, para con suerte, al creer firmemente en sus dotes de Casanova, lograr su número de teléfono y una invitación de disculpa para el almuerzo o la cena, donde el postre seguro sería ella. 
¡Oh! Cuánto le gustaría despojarla de esas gafas de pasta negra y descubrir el color de sus ojos y el deseo que esperaba despertar en ella, como así había creído que ocurrió, porque por increíble que le pareciera ella le correspondió y se entregó sin reparo a sus labios… Sin embargo, otra parte aún poderosa le dijo que no quería mostrar el efecto que esta había provocado en él, algo verdaderamente increíble y nuevo, ya que sería el hazmerreír de sus amigos para el resto de sus días, pues no podía olvidar que se supone que estos eligieron a una mosquita muerta no muy agraciada, además de que si esto ocurría podría echar por tierra su trayectoria de rompecorazones sin escrúpulos que se pasa el día apartando a las chicas, siendo casi innecesario trabajar sus dotes amatorias, cosa que a veces le aburría en demasía. Sin embargo, qué sorpresa se llevó al beber de ella y al descubrir su ser. Una que no sería capaz de olvidar tan fácilmente, aunque esto aún no lo sabía. Por lo que dando por terminada su breve travesura de cumpleañero, volvió su cara hacia delante teniendo que ahogar un gruñido por el esfuerzo que esto le causaba y seguir así el día de festejo, guardando para sí el maravilloso resquemor que la piel de su rostro había dejado en las palmas de sus manos y las yemas de sus dedos al atraparlo para besarla...

©Un beso de esos, López de Val.

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